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lunes, 19 de enero de 2009

Carta de Esteban Emilio Mosonyi

Fecha: lunes, 9 junio, 2008, 7:53 pm

Apreciados amigos y amigas,

Ante todo quiero reiterar mi postura invariable en defensa del proceso de transformaciones que el país necesita y por cuya senda debemos proseguir hasta alcanzar los objetivos más anhelados. Pero la situación es dificil y los problemas se van acumulando, al punto de que el propio Presidente de la República plantea categóricamente la necesidad de importantes rectificaciones y hasta abrir un nuevo periodo en nuestra dinámica política y social. Sin embargo, estos cambios tan imprescindibles para el proceso no se producen con la visibilidad necesaria ni de la manera más convincente, según se ve por ejemplo en una serie de complicaciones en el campo cultural, uno de cuyos ejemplos es la transmutación administrativo- gerencial de la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello por vía de Decreto Presidencial, a cuenta de que se trata de una fundación, y las fundaciones deberán ser homogéneas y uniformes. Igualmente, el Centro de la Diversidad Cultural está en alerta roja en este sentido. Por todo ello -también por el parálisis en que se encuentra la demarcación de las tierras indígenas y la Educación Intercultural Bilingüe- he tomado la iniciativa de hacer de conocimiento público una suerte de discurso de despedida que me cupo leer ante el ex Consejo Directivo de la Casa Nacional de las Letras, en nuestra última reunión el día miércoles 04. Me interesan sobremanera vuestros comentarios, por tratarse de un aspecto significativo de una problemática que nos atañe a todos, sobre todo a quienes somos los participantes activos y protagónicos del proceso que estamos viviendo y cuyo éxito deseamos con el mayor fervor. Les pido encarecidamente dedicarle unos minutos a la lectura del texto que sigue,

A manera de epitafio para la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello

Dr. Esteban Emilio Mosonyi

Lamento profundamente tener que hacer en esta ocasión unos breves planteamientos muy categóricos y, en su conjunto, de índole pesimista o en todo caso diferente de mi temple habitual, acostumbrado a ser constructivo, repleto de ideas y esperanzas en los retos que me toca enfrentar. Como Coordinador del Área Indígena al menos hasta la presente fecha, tengo que agradecerles a todos ese insustituible y fraternal ánimo de solidaridad, comprensión y apoyo que siempre me han brindado, como amigos y seres humanos. Mi queja se orienta en otro sentido muy distinto, hacia los vericuetos del tinglado institucional y de los formalismos administrativos inexpugnables, capaces a veces de obstaculizar y aniquilar las mejores y más nobles iniciativas, los anhelos más profundos de quienes deseamos que nuestro país, con sus identidades y culturas distintivas, se enrumbe hacia mejores destinos.

Si ser revolucionario, antiimperialista, progresista y de izquierda significa participación protagónica en un proceso orientado hacia una transformación que proporcione un presente y un porvenir más seguro, creativo, feliz y hermoso a Venezuela y al resto del mundo, lo he sido en toda mi vida y continuaré siéndolo de manera consistente y decidida. Llevo inclusive varios decenios por esa senda y no corro peligro de claudicar o desviarme en ningún momento. Es por esta razón por la cual me duele que el Área a mi cargo, y mi persona como responsable de la misma, hayamos recibido un trato tan inmerecidamente mezquino, hiriente y hasta cruel, dentro de este marco institucional –y salvando algunas excepciones– en el ordenamiento político-social actualmente establecido en el país. A fuerza de tener que dejar, por un instante, la modestia a un lado, tengo que reiterar por enésima vez –con múltiples testimonios y pruebas que me acreditan– que todo ese magnífico reconocimiento constitucional del carácter multiétnico, pluricultural y plurilingüe de nuestro país, el enaltecimiento de nuestras culturas populares, de las etnociencias y de los ecosistemas que les sirven de escenario natural, tienen mucho que ver con un larguísimo trabajo que desarrollamos algunos antropólogos, lingüistas, científicos sociales y otros intelectuales comprometidos desde mediados del siglo pasado. En lo tocante a mi contribución personal, estoy seguro de que sin ella varios de los conceptos allí presentes simplemente no existirían o tal vez asumirían una forma muy distinta. Como dije, las pruebas son abundantes: no creo que hubiera jamás asumido la tarea de aprender detalladamente, desde mi infancia y adolescencia, una serie de idiomas indígenas, tan sólo a manera de atesoramiento superficial de conocimientos personales sin trascendencia social y, ante todo, política. Ningún otro colega lo ha hecho en el mundo, hasta donde tenga conocimiento. Podría seguir aduciendo otros elementos pero el tiempo es breve.

No solamente una revolución radical y profunda, cualquier régimen democrático y progresista habría avanzado en sus propósitos más relevantes y prioritarios ofreciéndome espacios institucionales adecuados, presupuesto suficiente y cierto poder de decisión en materias de mi competencia, que por fortuna no son pocas. Hasta ahora ha sucedido todo lo contrario. Comencé y –aparentemente– terminé, en esta querida Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, prácticamente sin un centavo de presupuesto pero, eso sí, ahogado en deudas, porque de alguna manera tengo que responder a mis interlocutores indígenas, especialmente a los creadores culturales. Por un tiempo mínimo logré percibir una pequeña asignación presupuestaria, pero pronto fue suspendida y revocada sin explicación alguna, incluso antes de poder ser ejecutada en una serie de programas muy bien delineados. Acudí ante todas las instancias, agoté los canales regulares, apelé a los sentimientos patrióticos y revolucionarios de los directivos y funcionarios situados en todos los niveles, pero esto se diluyó sin un mínimo de resultados positivos, antes que nada a causa de las consabidas demoras y formalismos.

Ahora, con esta última decisión sobre la naturaleza uniforme de las Fundaciones ya aparecida en Gaceta, siento que ha llegado el momento del tiro de gracia. Sin que mediara ningún hecho sustantivo, se me informa desde las alturas del poder constituido que si bien el Área de Literaturas Indígenas como tal no ha sido abolida, cesó mi función como Coordinador de la misma. No tengo voz ni voto en un mundo temático que con tanto esfuerzo contribuí a crear: más pueden los administradores de turno. Se dice que todos tendremos derecho a introducir proyectos de esta índole. Sólo quisiera saber que si con un Coordinador siempre presente y pendiente de los mínimos detalles ello no ha sido posible, ¿Cómo será ahora cuando el Área queda huérfana o confiada a personas respetables pero que no son sus dolientes? ¿Dónde queda la prioridad de lo autóctono en la Constitución Bolivariana? ¿Qué les diremos a nuestros aliados indígenas de Bolivia, Ecuador y Nicaragua? ¿La petroadicción, nuestra condición de potencia energética, con poder y recursos infinitos, nos ha suprimido todo vestigio de espiritualidad, ha destruido nuestra escala de valores de tal modo que estemos en camino de convertirnos en el "país-petróleo", más que país petrolero, sólo para vivir –o más bien vegetar– en una ilusoria abundancia de quinientos años, con nuestras culturas y ecosistemas empobrecidos? Tal vez esta sea la razón por la cual el tema indígena, pero también otras manifestaciones intangibles y espirituales, hayan dejado de importarnos.

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