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domingo, 9 de noviembre de 2008

Una confrontación civilizatoria: El “Yo” del Estado-nación versus el “Nosotros comunitario” de los pueblos indígenas.

José Quintero W.

1.- Un breve relato como punto de partida.

Un día, mi hermano mayor o como se dice en añú: tapañakai, me dijo algo como esto: “Hermano, hoy nadie quiere empezar nada desde cero, todos quieren comenzar desde uno. Pero, todos se equivocan pues, comenzar en uno es como quiera que sea, un comienzo empezado. Comenzar desde cero en cambio, es el comienzo verdadero. ¡Ah, pero qué difícil!”.

Mi hermano es un sencillo veterinario que teme a los perros y, nada sabe de explicar esto que a nosotros ahora, nos interesa aclarar: la diferencia entre la autonomía del “Nosotros comunitario” y la dependencia del “Yo” del Estado-gobierno nacional. Sin embargo, es justo decir que mi hermano siempre supo qué hacer y cómo hacer lo que le correspondía como apañakai de nuestra casa. Quiero decir que, por lo general las cosas que hacemos son acciones que realizamos de acuerdo a lo que somos culturalmente. Así pues, tapañakai, es decir mi hermano mayor, actuó siempre exactamente como tal sin saber que su hacer, explicado a su manera, se correspondía con lo que por miles de años ha sido el hacer de la autonomía nosótrica añú en su común y cotidiana existencia. En fin, mi hermano mayor, es decir tapañakai, siempre actuó tal como la palabra añú dice debe actuar en su condición de ser la mano de la casa.
De esta manera y a partir de la sentencia de mi apañakai, intentaremos en primer lugar, describir las condiciones en que se produce la confrontación civilizatoria que anunciamos en el título del presente trabajo, no sólo desde la argumentación y el análisis estrictamente académico, sino que es de nuestro esencial interés convertir y cargar a nuestro hacer autónomo cotidiano de la potencialidad política de nuestra conciencia, palabra y acción autonómica, o dicho en otras palabras: convertir lo que siempre ha sido nuestro hacer en palabra y acción política para la transformación de nuestra realidad.

Pues, es un hecho cierto que al olvidar (por la imposición del tiempo de la cultura dominante) nuestro propio tiempo y forma de vida, hemos terminado por considerar que para construir y sostener nuestra cultura requerimos de un “su apoyo” del poder para poder. Esto, se traduce en la mayoría de los casos, en la necesidad que impone el “Yo” del Estado capitalista y su expresión material esencial: el dinero. Es decir, no creemos poder construir nuestra economía sin dinero; no creemos poder hacer nuestra educación sin dinero; no creemos poder curar nuestra salud sin dinero; en fin, no creemos poder ser nosotros sin dinero. Es a esta relación de dependencia y sometimiento a lo que mi hermano llamaba: pretender comenzar desde uno. Pero es el caso que, por siglos nuestros pueblos han existido, resistido y sobrevivido hasta hoy no sólo sin dinero sino en radical oposición a él, al Estado y a todas sus instituciones económicas, sociales, políticas y culturales.

Dicho de otra manera, nuestros pueblos tienen una larga historia de vivir, compartir, construir y crear en y para sus comunidades sin necesidad o en contra del dinero y el Estado capitalista que lo impulsa. Es a esta historia de resistencia a lo que mi hermano llama comenzar desde cero. Así entonces, cuando aspiramos a comenzar desde uno asumimos la pobreza impuesta desde el Estado y demás detentadores del poder que, sustentan en la supuesta incapacidad de construir nuestro mundo sin la asistencia de poderosos como el Estado-gobierno y, por esa vía, justifican nuestro sometimiento al “Yo” de los otros. Por el contrario, cuando nos decidimos a comenzar desde cero es porque nos asumimos como nosotros, es decir, libres y autónomos para hacer, construir y crear todo lo que nuestro corazón puede alcanzar a desear e imaginar en beneficio de todos.

2.- Empezar desde el uno.


2.1.- El “Yo” del Estado: vaciamiento del “Nosotros comunitario”. Negación de la diversidad.

Los nacientes Estados-nación que a mediados del siglo XIX surgen en todo el continente americano, emanan bajo premisas que la sociedad criolla, por una parte, hereda del pensamiento colonizador asimilado y asumido como propio y, por el otro, a partir de los nuevos postulados liberales de la modernidad. Así, por vía de la estructura colonial, se da por hecho que los Estados a construir se levantan sobre espacios territoriales heredados y, por tanto, de su indiscutible propiedad sobre los mismos. Por su parte, las ideas del pensamiento liberal moderno suponen la conformación del Estado como la libre reunión de voluntades individuales mediante un contrato sustentado en el principio de soberanía, expresada en principio a partir del reconocimiento de derechos individuales de los ahora ciudadanos; pero también, en la necesaria soberanía territorial sobre el espacio en que el nuevo Estado-nación se erige.

Sin embargo, ambas raíces parecen resultar de una misma originaria negación de la existencia de la diversidad; es decir, de la previa construcción de una noción de vacío sobre la cual se levantó todo el discurso de justificación del conquistador para su apropiación y sometimiento de estas tierras y de sus habitantes originarios. De esta manera, desde las primeras impresiones de América recibidas en Europa a través de las Cartas de Relación de Cristóbal Colón, aquellos seres con quienes el Almirante se topó en estas tierras eran, a veces, “desnudos e inocentes” (el hombre natural), “buenos servidores” (el hombre económico), “de buen ingenio que apresto aprenden” (el hombre social) y “fáciles de convertir al cristianismo” (el hombre religioso). No obstante, pesando por sobre todas ellas se encuentra una percepción mucho más fundamental según la cual, estos seres que andan y viven “sin vestidos, sin armas, sin hierro, sin aparente religión, sin conocimiento del valor de las cosas, carecen de cultura” . A estas primeras impresiones, aparentemente cargadas de cierta “benevolencia”, se sumarían otras mucho más terribles y justificadoras del genocidio. Así, en 1512 el fraile Tomás Ortiz señala:

“Estas son las propiedades de los indios por donde no merecen libertades: (…) comen carne humana en la tierra firme; son sodométicos más que generación alguna; ninguna justicia hay entre ellos; andan desnudos; no tienen amor ni vergüenza; son estólidos alocados. No guardan verdad si no es en su provecho; son inconstantes; no saben qué sea consejo (…) Son bestiales y précianse de ser abominables en vicios (…) No son capaces de doctrina ni castigo (…) No tienen arte ni maña de hombres”.
De esta manera, los pobladores originarios, a ojos de los conquistadores, eran seres vacíos de humanidad, tanto en su condición de “buenos salvajes” como en su índole caribe; en consecuencia, ese estado de no-ser que les fue atribuido como intrínseca esencia de razas inferiores les hacía incapaces para fijar propiedad sobre esos espacios que milenariamente habían territorializado y al que los europeos, fortuitamente, habían arribado.

Es por esta vía de pensamiento, que en su momento Locke llega a decir en su Tratado de Gobierno: “Let him (the man) plant in some inland, vacant places of América” , con lo que pretende establecer el supuesto derecho del hombre (europeo) a ocupar y colonizar las pretendidas tierras vacías de América, ya que a su parecer, se trata de un territorio que podía considerarse como jurídicamente vacío al no encontrarse poblado por individuos que respondieran a los requerimientos de su propia concepción, es decir, a una forma de ocupación y explotación de la tierra que produzca, sobre todo, derechos y, antes que nada, derechos individuales.

Ahora bien, si a lo anterior le sumamos el hecho de una inimaginable diversidad cultural con la que se topan los europeos en el continente, que en gran cantidad de pueblos y lenguas, encuentran ocupando sus particulares espacios territoriales a lo largo y ancho de la geografía americana, no podían resultar sino en una abominable contradicción a la idea del conquistador, que se sostenía sobre la base de un mundo supuestamente homogéneo o, por lo menos, susceptible de llegar a serlo, bajo la orientación y dominio de una sola religión y un mismo orden económico-político que, se entendía divina y naturalmente establecido a su favor.

En este sentido, podemos decir que el proceso de vaciamiento de cultura, y por tanto de humanidad, ejecutado en su momento por conquistadores y colonizadores europeos sobre poblaciones y culturas amerindias, fue la correspondiente respuesta al hecho mismo de la diversidad cultural que confrontaba de manera directa su idea de la universal homogeneidad. Vale decir, ante la presencia de la diversidad, la dominación colonial sólo se auto-justificaba en la medida en que el otro era vaciado de su ser cultural; por esa vía, desaparecía a su interlocutor/interpelante, o mejor, al desaparecer al otro la homogeneidad, aunque ficticia, surge como reanimación de un espíritu en crisis, pues,

“el concepto cristiano de civilización mundial llevaba implícito el vaciamiento de un Continente. Por un lado significaba comprender programadamente al Nuevo Mundo como Continente vacío de historia, de comunidades reales y de vida; por otro, suponía la instauración en ese mundo vaciado del principio lógico y universal de una identidad trascendente y absoluta: el Yo vacío, el sujeto colonizador”

Así pues, esta idea del vacío y la práctica del vaciamiento de culturas, resultó en una especie de pesada herencia ideológica para el proceso de conformación de las nacientes repúblicas que desde su origen, han sostenido y reproducido esa misma noción con que se levantó el discurso del imperio en su justificación de la conquista, despojo, apropiación y colonización del territorio americano. Es de este modo, que a la hora de la construcción de los Estados nacionales, el discurso con el que éstos se erigieron falsamente como estructuras unificadoras y, por encima de todo, homogeneizadoras de un pretendido espíritu nacional.

Por lo que muy a pesar de que la idea del Estado único y homogéneo, resulta una expresión directa del pensamiento liberal moderno, asimismo, puede muy bien ser traducida, en nuestro caso latinoamericano, como la manifestación de una continuidad del pensamiento colonial dentro de la nueva estructura de dominación política. Esto, sin lugar a dudas evidencia lo que Pablo González Casanova ha definido como colonialismo interno, ya que nuestros Estados nacionales han mantenido en el discurso y en la práctica, el vaciamiento y negación de la diversidad cultural que, se manifiesta en la existencia de los pueblos indígenas originarios que tercamente insisten en sobrevivir de acuerdo al ejercicio de sus particulares cosmovisiones y en sus propios territorios. Esto, muy a pesar de que ahora se encuentren enmarcados y bajo el dominio político de las clases en el poder de los Estados nacionales como parte de lo que éstos consideran espacio territorial de su soberanía económica y política.

2.2.- El ideario liberal moderno en la conformación de los Estados-nación.
Por otro lado, es ya un lugar común escuchar en boca de líderes políticos, personeros estatales y de gobierno o asentados en los escritos constitucionales de todos nuestros Estados palabras como democracia, independencia y soberanía. Cuántas veces se repite la conseja de que en la democracia la soberanía reside en el pueblo o que sólo en democracia se construye la independencia y soberanía del pueblo. En fin, palabras como democracia, independencia y soberanía han cubierto los discursos de todos nuestros políticos desde que comenzaron sus guerras por el poder hasta el sol de hoy. Las mismas se hacen corresponder a las nociones de progreso, desarrollo y modernidad y todo ello, como parte de un proceso universal y naturalmente en curso por el que toda sociedad humana ha de desandar históricamente o mejor, si pretende entrar a la historia.

Como es de apreciar, esas palabras que hasta bonito suenan, forman parte de lo que se entiende como el ideario de la sociedad liberal moderna surgida en Europa con la Revolución Francesa. Este ideario liberal moderno cuestionaba a la sociedad monárquica en la que, se entendía, el Rey tenía un origen divino y por tanto, se convertía en el representante de Dios sobre la tierra. Así, la Revolución Francesa acabó con el mito del Rey-Dios e impuso lo que se llamó la sociedad por contrato, esto quiere decir, que todos los hombres adquieren por sí, derechos que les son individuales, de tal manera que la sociedad moderna es aquella que construyen seres individuales sumados mediante un contrato social pero que, en todo caso, el contrato debe reflejar el respeto y supremacía de los derechos individuales de cada uno de sus miembros por encima de cualquier derecho colectivo o comunitario, entendido éstos últimos como correspondientes a particularidades culturales no susceptibles de ser consideradas en la conformación del Estado moderno y, mucho menos, por encima de lo que se entiende como fundamento de la sociedad, esto es, la universalidad de los derechos individuales.

En este sentido y a partir de ese momento, “Es lo particular, (…), siempre acosado, enfrentado a formulaciones que se presentan con la fuerza de lo “universal” o como la encarnación de grandiosos proyectos unificadores del Estado-nación”.

Ahora bien, como en este tipo de sociedad creada sobre la base de los derechos de los individuos la desconfianza de cada quien sobre cada uno priva por encima de los intereses del colectivo entonces, se hace necesario el contrato que se supone debe abarcar o está por encima de los intereses de todos. No obstante, es una experiencia histórica que tal contrato siempre es redactado por aquellos pocos que, perteneciendo a algún sector de poder dentro de la sociedad, se disponen a dejar establecida la defensa y sostenimiento tanto de los intereses del grupo de poder al que representan, como su perpetuación en el poder que por esa vía construyen.

Por esta vía, lo particular corresponde a la presencia-existencia de una diversidad de comunidades culturales diferenciadas con identidad propia y formas peculiares de resolución de problemas de convivencia, así como concepciones propias acerca de la justicia, del bien y de la “vida buena” que,

“como norma, las corrientes liberales coinciden en dejar de lado (así éstas se autodenominen como socialistas); y lo hacen porque hay un consenso básico entre ellas acerca de que modos de vida fundados en visiones y concepciones del bien distintas, sobre todo cuando se enmarcan en la misma entidad política, constituyen algo indeseable, una situación que corresponde a una etapa humana imperfecta y que debe resolverse mediante un acuerdo sobre el orden más razonable, mismo que deberá ajustarse a los principios liberales”.

Ahora bien, el discurso de los Estados-nación liberal-modernos en América Latina y su práctica de vaciamiento y negación de la diversidad, puede ser fácilmente detectable, tanto en la estructura de funcionamiento de los Estados mismos, como en los textos Constitucionales con que han sido fundadas y re-fundadas tales estructuras. Así, en lo que toca a las Constituciones Nacionales sobre las que se ha levantado y legitimado el poder del Estado en Venezuela, una somera revisión de las mismas servirían para demostrar lo que consideramos una continuidad de la herencia de ésta idea original del pensamiento colonial fortificada por el ideario de la modernidad liberal.

En este sentido, es importante señalar que Venezuela como Estado-nación y, de acuerdo a la cantidad de textos Constitucionales por los que se ha regido, puede muy bien ser considerada como una República fundada y re-fundada en, por lo menos, unas veinticinco oportunidades si consideramos que a lo largo de nuestra convulsionada historia no menos de unos veinticinco textos Constitucionales han sido redactados y/o reformados de acuerdo a los deseos y aspiraciones de líderes que, circunstancialmente, han llegado a detentar el poder del Estado desde la separación de España, la Guerra de Independencia y el desprendimiento del proyecto de la Gran Colombia del Libertador Simón Bolívar.

Sin embargo, pudiéramos decir (y no exageraríamos), que en la totalidad de los textos constitucionales que se han sucedido a lo largo de nuestra historia republicana, se ha partido del principio de primacía de los derechos individuales como expresión de la ciudadanía dentro de la sociedad que de esta forma, se estima igualada en el discurso y dando por asentado la imposibilidad de cualquier derecho colectivo o comunitario. En este sentido, los pueblos indígenas estarían obligados a asumir estos mismos derechos individuales, para lo cual y antes que nada, deben renunciar a sus particulares cosmovisiones que por asentarse en principios nosótricos se consideran una negación del individuo y por lo mismo, suelen representar una especie de estadio de salvajismo incivilizado. De manera tal que, sólo integrándose a la cultura nacional (que en términos del lenguaje del poder del Estado no significa otra cosa que su desintegración como culturas diferentes), es como pueden ser sujetos de derecho y, por ende, acceder a la modernidad.

No es el propósito de este trabajo abarcar la historia constitucional de Venezuela, por lo que nos conformamos con hacer alusión a la última de Reforma Constitucional propuesta por el presidente Hugo Chávez que, según todos los analistas, ha de ser aprobada con toda seguridad en diciembre de 2007 y, en la que pudiéramos decir, se hace evidente con toda su contundencia la maximización del “Yo” del Estado, no sólo a través de la liquidación de cualquier indicio de derecho colectivo o comunitario, sino mediante la identificación suprema del “Yo” del Estado con el “Yo” del Presidente.

La propuesta de Reforma Constitucional actualmente en proceso de aprobación en Venezuela, está referida a 33 artículos de la Carta Magna apenas aprobada en 1999. Sin embargo, sólo haremos referencia a dos aspectos de la misma. En primer lugar, al hecho de que las atribuciones del Presidente se amplían de tal manera que, prácticamente, el Presidente se convierte en la única voz y expresión del poder real dentro de la sociedad. Ello por cuanto, el total de atribuciones y competencias del Presidente es elevada a casi la totalidad de los órdenes de la sociedad: economía; política interna; política exterior; estrategia, estructura y funcionamiento de la instancia militar; comercio interno; comercio exterior; espacio territorial (decisión sobre conformación y constitución de ciudades, pueblos, territorios federales, zonas estratégicas, etc.); educación; salud y pare usted de contar. Vale decir, la figura del Presidente se convierte por esta vía, en cabeza, lengua, pies y manos de todo el conjunto estatal y nacional, amén de que (elección de por medio), el Presidente sería prácticamente eterno en sus funciones.

En segundo lugar y, como parte de las atribuciones que luego de la Reforma asumiría el Presidente, cabe mencionar muy especialmente la referida a su soberana decisión de establecer los llamados Territorios Estratégicos de la Nación, los que se establecerían de acuerdo a: presencia en el subsuelo de los mismos de minerales, energéticos, fuentes de agua y biodiversidad de carácter estratégico para el Estado-nación. De tal modo que, una vez declarados tales espacios como de valor estratégico para el Estado, las poblaciones que sobre sus suelos habitan, han de estar conscientes de la posibilidad cierta de su futuro desplazamiento de los mismos una vez que el Estado-gobierno (léase Presidente de la República), considere llegado el momento de su explotación “para bien de la República toda”. Lo que además, se refrenda a través de la obligada aceptación por parte de estos pueblos, de que sólo el Estado ha de ser el dueño soberano de los conocimientos y sabidurías que las culturas han construido en su relación con tales espacios y territorios, los que al generar patentes de comercialización de tales conocimientos y saberes deben ser asumidos y administrados por el Estado en representación de la Nación.

Ahora bien y, como sabemos, tales recursos naturales (minerales, energéticos, agua, biodiversidad, entre otros) se localizan en Venezuela (así como en la mayoría de los países de América Latina), en el subsuelo de las tradicionales y ancestrales tierras ocupadas por los pueblos indígenas del país, queda claro entonces que la actual Reforma Constitucional no sólo reafirma la visión según la cual las cosmovisiones de estas culturas no forman parte del estatuto nacional, sino que además y de manera definitiva, se les cierra el paso ante cualquier aspiración o reclamación de derechos sobre esos territorios.

Finalmente, se les condena a resumir sus derechos a los llamados “intereses estratégicos del Estado” que, por demás, dependen de la decisión soberana del Presidente como máximo y único representante del poder del Estado-nación. De aquí a la monarquía por origen divino no hay más que un paso, muy a pesar de que de pura lengua se ofrezca al público de la galería y aún sea aplaudida por muchos, como la constitución de un Estado socialista. Tal es nuestra nacional tragedia, pero particularmente, la muy solitaria tragedia que han de enfrentar en los próximos años y en defensa definitiva de sus vidas y culturas, las comunidades y pueblos indígenas venezolanos.

3.- Empezar desde cero.
La nación vista desde el Nosotros comunitario como decisión de Nosotros.

Si contrastamos la forma en que han sido creados los Estados-nación ya mencionada, con la manera en que políticamente se erigen nuestras comunidades en las diferentes culturas indígenas venezolanas (y, pudiéramos atrevernos a decir, en todo el continente), es fácil percatarnos de su radical diferencia.
Así, por mencionar un solo ejemplo, las comunidades indígenas barí se conforman a través del establecimiento de una originaria alianza entre diferentes, esto quiere decir que, si una familia en particular se dispusiera a crear una nueva comunidad en la Sierra de Perijá, debe primero que nada, establecer alianzas con otras familias diferentes consanguíneamente, con las que a partir de ese momento construirán sus vidas en virtud de tal compromiso y en el que privará por encima del respeto a la libertad individual de cada uno de sus miembros, la necesidad de permanecer en comunidad. En este sentido, los intereses del colectivo siempre estarán por sobre los intereses individuales de sus miembros. Dicho de otra manera, para crear la comunidad se busca de manera definitiva, la unión de los diferentes y no de los miembros de un mismo grupo familiar, pues, sólo existe comunidad cuando se trata de la unión entre los diferentes aliados para vivir y morir juntos, igualados en el Nosotros comunitario.

En este punto, es bueno señalar que tal práctica no es exclusiva de los pueblos indígenas, ya que lo mismo puede muy bien ser apreciado históricamente en el justo momento en que pobladores pobres no indígenas, constituidos generalmente por desplazados del campo hacia las principales ciudades, al instante de organizarse para crear una comunidad de un barrio o colonia. Así, lo primero que hacen estos grupos es reunir las diferentes familias, estableciéndose en alianza para “invadir” el espacio o terreno en que la comunidad será localizada. Luego de invadido el lugar, por división equitativa y justa se hace la repartición del terreno en el que cada una de las familias participantes de la alianza pueden construir sus “ranchos” y, finalmente, se organiza toda la estructura de funcionamiento de la comunidad para su autodefensa, pues, estos creadores de comunidades, para el Estado liberal moderno, siempre son y serán “ilegales”.

Como es de apreciar, esto no es ni más ni menos lo que hacen los pueblos indígenas y, lo decimos, porque cuando se habla de la necesidad de construir la autonomía de nuestras comunidades, los enemigos del “Nosotros comunitario” siempre señalan que tal proceso sólo es posible en comunidades indígenas porque son poquitos o, porque esa es su cultura y otras sandeces como esas. Pero tales ideas son falsas, ya que de lo que se trata es de que aquellos que no participan del ideario liberal moderno sino que, por el contrario, se saben formando parte de los que no elaboran contratos sociales o constituciones, entienden que su construcción social siempre comienza desde cero y, por lo tanto, de su originaria alianza con aquellos otros diferentes emparejados en el Nosotros comunitario que por la alianza así es creado.

No obstante, la diferencia entre una comunidad indígena y una comunidad urbana de pobres sólo comienza a presentarse en el momento en que, a través de diversos mecanismos se hace presente la intervención del poder del Estado-gobierno y sus instituciones, las que por diferentes medios comienzan a operar dentro de la comunidad así creada. Por sólo mencionar un ejemplo, mientras los miembros de una comunidad indígena estudian dentro de la misma comunidad y, la mayoría de ellos lo hacen para quedarse dentro de ella, vemos por el contrario a los miembros de la comunidad urbana de pobres estudiando en virtud del ideario liberal moderno que, supone, los de abajo deben estudiar no para enriquecer y fortalecer a su comunidad sino “para salir de abajo” (o sea, salir de la comunidad donde han nacido o vivido) y por supuesto, eso significa que si llegaran a lograr sus propósitos, los mismos tendrían que desplazarse de su comunidad de origen para nunca jamás regresar. De tal manera pues, que la comunidad de abajo es convertida en espacio de condena social para todos aquellos que la habitan o que en ella han nacido.

A este desarraigo que la estructura de la sociedad liberal moderna busca a conciencia provocar, es a lo que ella misma denomina como: alcanzar la superación individual; la natural movilidad social o finalmente, como la libertad de buscar y ejercer aquello que mejora o favorece los intereses de cada individuo dentro de la sociedad. En otras palabras, la estructura general de la sociedad fundada sobre la base del ideario liberal moderno es la que a través de distintos aparatos como el sistema educativo, Partidos Políticos, Instituciones de Gobierno, etc., busca a toda costa liquidar el Nosotros comunitario y que para lograrlo, genera todo un proceso de individuación de la búsqueda. La vida de esta manera, se transforma y deja de ser una relación de alianza entre diferentes para convertirse en una especie de “sálvese quien pueda” en el que, por supuesto, la solidaridad, la hermandad y la unión entre diferentes igualados en el Nosotros comunitario de la alianza que le ha dado origen, desaparece.
En fin, lo que queremos decir es que la formación de una comunidad nosótrica, a diferencia de una sociedad guiada por el ideario liberal moderno se da porque aquella se conforma, existe y persiste sí y sólo sí, el Nosotros comunitario está presente; lo que no quiere decir que los individuos y sus deseos, necesidades y sueños desaparezcan o sean mutilados, sino que tales necesidades, deseos y sueños individuales siempre serán sopesados y medidos por el individuo mismo según el rasero del interés mayor que fija la necesidad de persistencia, permanencia y reproducción del Nosotros de la Comunidad. Esto es, que no todas las asociaciones hacen comunidad y, muy especialmente, aquellas que se hacen mediante contrato, pues ellas son el resultado de la desconfianza entre los miembros y no el resultado de la hermandad emparejada que ha de preescribir su origen.

Es a esta radical contradicción de visión en la conformación societaria de las sociedades nacionales a la que hemos estado denominando como una confrontación civilizatoria al interior de los Estados-nación latinoamericanos pues, ciertamente, en la definición de nuestros Estados nacionales ha privado el ideario liberal moderno (por más que sus impulsores lo califiquen de capitalista o socialista), obviando la diversidad de visiones de los Otros, ya por la supuesta condición de “vacío” de sus culturas, ya por representar concepciones particulares y no universales o, simplemente por constituir visiones muy otras pertenecientes a culturas que se consideran “evolutiva” y “naturalmente” como prehistóricas y premodernas.

Podríamos decir sin temor a equivocarnos que, tal confrontación civilizatoria está presente todo el continente pues, “Es cierto que lo particular (léase las culturas indígenas) pierde muchas batallas; pero no es raro que gane la guerra, reapareciendo en toda su vitalidad cuando ya nadie se acuerda de las propuestas abarcadoras de antaño o cuando ya han fracasado los grandes proyectos políticos en cuyo nombre era ferozmente combatido”.

Vale decir, en Venezuela todas nuestras cinco repúblicas (la V de Chávez incluida), no han representado sino Repúblicas, Naciones y Estados creados por el poder de criollos y mestizos guiados por lo que han considerado unos principios supuestamente universales que, por lo mismo, han sido vendidos a todo el colectivo nacional como inobjetables, pero que en verdad no son sino ideas propias al ideario liberal moderno europeo asimilados y asumidos como propios, para imponerlos a todos como si de todos fueran. Por medio de ellos, se muestran y se nos pretende convertir en seres únicamente disponibles y dispuestos a “salir de abajo”, es decir, a buscar y alcanzar a toda costa sueños individuales aún por encima de la nación y del Estado mismo. De aquí a la corrupción moral y política individual no hay más que medio paso (tal vez, muchísimo menos).

Ahora bien, la construcción de nuestras sociedades latinoamericanas tal como las hemos vivido en nuestra experiencia republicana han resultado ser (más allá de su auto-proclamación como sociedades soberanas y libres), sociedades opresoras, no libres, mucho menos soberanas por cuanto desde su nacimiento, sus creadores han partido de la imposición del ideario liberal moderno europeo occidental como una realización universal. Por esta vía, todos los proyectos republicanos no han sido sino el resultado de la mediatización que este ideario ha impuesto al mundo como el único camino por el que ha de transitar la humanidad. En palabras de mi hermano mayor: nuestras repúblicas (desde la de Bolívar hasta la “bolivariana” de Chávez), han pretendido partir de uno y no de cero.

He allí el origen de la mediatización y consecutivo fracaso de todas las experiencias republicanas hasta ahora conocidas, pues convencidos de que los principios rectores del liberalismo nos introducen en la modernidad y, por medio del cual, podemos superar nuestro aborrecido pasado indígena y esclavo cuyas visiones del mundo y culturas se muestran como incompatibles al progreso que, se supone, establece de por sí la sola proclamación del contrato social y los derechos individuales consagrados por la República moderna y progresista.

Se trata entonces de que, nunca el pensamiento y la palabra de los verdaderamente sometidos (indios y negros), jamás ha sido considerada para la construcción nosótrica de la República, de la sociedad, lo que no es un dato menor, sino por el contrario, se convierte en la raíz de todas las confrontaciones que aparecen como irresolubles para los Estados-nación latinoamericanos.

Dicho más claramente, en la medida en que se continúe desconociendo la presencia, existencia e importancia de las visiones del mundo que las culturas indígenas proveen, nuestras sociedades seguirán transitando el camino del conflicto pues, insisten en sostenerse en la supremacía del YO de los individuos, llámense éstos ciudadanos, burócratas del Estado, líderes sociales, Presidentes de la República o caudillos iluminados. Y esto es así, porque el Nosotros comunitario es minimizado hasta el extremo de su condenación como expresión de autonomía, de dignidad que insiste en sobrevivir, de rebeldía nosótrica que aún en medio de la más oprobiosa opresión persiste en su lucha por la vida.

4.- A manera de conclusión.

Dicho todo esto podemos concluir diciendo que, si en verdad queremos construir nuestros países de manera autónoma y soberana es claro que lo primero que debemos hacer es:

1) Tomar conciencia de que no existe un “YO” por encima del “NOSOTROS” de la comunidad, puesto que sólo el “NOSOTROS” construye y sostiene a la comunidad como tal;

2) Por lo mismo y como consecuencia, nuestras acciones deben estar dirigidas siempre a asegurar la existencia nosótrica de la comunidad, pues sólo el “NOSOTROS” expresa la alianza entre diferentes que somos como sociedad posible;

3) Lo anterior implica que todas nuestras inquietudes, búsquedas, sueños y hasta deseos individuales, han de considerar siempre la necesidad de crecimiento y fortalecimiento de la comunidad que así constituimos nosótricamente con los otros, nuestros emparejados aliados, ya que de lo contrario, el YO comienza a imponerse, desconociendo a la comunidad y sometiéndola a lo que, la mayoría de las veces, no son más que nuestros individuales y personales intereses y de esta manera, no sólo destruimos a la comunidad como lugar donde es posible la vida buena, sino que nos destruimos a nosotros mismos como pertenecientes a la alianza entre los hombres y el mundo.

Insistimos en que, tales acciones no constituyen una posibilidad que les sea exclusiva a las comunidades y culturas indígenas pues, estamos convencidos y sobrarían ejemplos para demostrarlo, que todos aquellos colectivos humanos que ciertamente y de corazón deciden juntarse para constituirse y construir una vida buena de vivirse, son capaces de hacerlo y lograrlo. Pero para ello se hace necesario que estas colectividades decidan en primer término, disponerse a comenzar de cero y no de uno, es decir, se hace obligatorio observar, entender y aprender de las comunidades indígenas, esclavas y campesinas de América, las que los constructores de las diferentes experiencias del Estado-nacional han pretendido que veamos como pasado concluido y muerto pero que insisten en presentarse, no solamente vivas, sino en plena lucha por su vida y la de todos, en la medida en que lo que defienden es no solamente su espacio territorial para vivir y sus cosmovisiones, sino los lugares de bosque y agua que aseguran nuestra existencia y por ende, la posibilidad de que entre todos podamos edificar una sociedad de aliados en función de la vida buena para todos, lo que es igual a decir de “NOSOTROS” y no del “YO” funcionario, del “YO” Presidente, del “YO” Partido Único de Gobierno; en fin, del “YO” del poder del Estado-gobierno por encima y a costa del “NOSOTROS” de la comunidad.

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